Clavius

Mientras las abejas hurtaban el néctar a la flor del almendro, los pensamientos comenzaban a dibujar pétalos sedosos. Las napias de los pubescentes estallaban sin decoro al contacto con las gramíneas y, en la pared del aula, los colgadores permanecían ya desnudos de abrigos y bufandas. Tras el desapacible marzo, un haz de luminosidad irrumpía a través de un amplio ventanal que pedía a gritos un baño de Cristasol.

Sonó el timbre con aire de corneta. El cuadrante de Primero de BUP, adherido al corcho con una chincheta de cabeza verde, registraba en letra Typewriter lección de Geografía e Historia para la mañana de los lunes.

Con puntualidad británica, el profesor se hizo presente con su paso castrense. Don Francisco siempre aparecía elegante: barba entrecana pulcramente recortada con olor a Varon Dandy, camisa recién planchada leal a su recto abdomen y zapatos castellanos de color burdeos. La misma fidelidad guardaba al protocolo de tomar asiento, extender las piernas y tensar sus calcetines ejecutivos, que a su esposa Marta. Al instante se colocaba las gafas y, con sosegada parsimonia, abría la carpeta de piel extendiendo sobre la mesa el padrón del victimario.

Su mirada de ilusionista imponía el respeto que gravita en un cementerio, sólo interrumpido por el cercano y alborozado silbido de los jilgueros. Como cada día, durante unos segundos que parecían eternos, la afilada falange de catedrático de la Gestapo recorría el listado de arriba abajo. La ruleta de casino giraba y giraba esperando la decantación del dedo acusador.

-López Verdú, María Luisa, exclamó el docente con voz gutural anunciando el primer martirio. Una nube de aliviados resoplidos, propia de un establo de caballerías, recorrió los pupitres como una bocanada de aire cálido.

La mencionada, lejos de amilanarse, echó la silla hacia atrás como un resorte y se situó frente al profesor con la vanidad de saberse la lección al dedillo. Marisa era una insolente empollona no solo en aspecto, del que sobresalía un flequillo de escoba y gafas redondas descansadas sobre unos sonrosados carrillos sembrados de acné.

-Señorita, ¿podría decirnos quién fue Christopher Clavius?

Antes de que el profesor terminara la requisitoria, Marisa, con los brazos cruzados sobre su jersey azul de pico, ya se había relamido despertando el empalago de sus colegas.

-Por supuesto, don Francisco, respondió con jactancia.

-Adelante pues, por favor.

-Christopher Clavius fue un matemático y astrónomo nacido el veinticinco de marzo de 1538 en la ciudad alemana de Bamberg, comenzó a relatar como un papagayo, mientras una comidilla, sentada en el fondo de la clase, hacía ademán de vomitar.

-En el año 1579 fue designado por el papa Gregorio XIII, junto al toledano Pedro Chacón, también jesuita y teólogo de la Universidad de Salamanca, para estudiar las bases de la reforma del calendario buscando una solución al constante desplazamiento de las fiestas religiosas cristianas a lo largo de los años. Contribuyó a una solución que hoy en día se emplea en la mayoría del mundo y es conocido como Calendario Gregoriano. En 1595 escribió su famosa epístola Novi Calendarii Romani Apología en la que justificaba el uso del nuevo calendario. Vino a sustituir al Juliano, instaurado por Julio César en el año 46 antes de Cristo.

-Siéntese María Luisa. Gracias.

La adolescente respiró y, alisando su falda de cuadros, volvió a su lugar con la satisfacción que genera un insultante abuso de cognición.

La extremidad maléfica de don Francisco volvió a callejear por el alfabético catálogo.

-¡Pérez Domingo, Juan Antonio!

Un silencio sepulcral invadió el aula durante varios segundos. Esta vez, la fortuna no pudo ser más ingrata. El encausado tragó saliva elevando sus ojos y pidiendo explicaciones al cielo. Igual que un cobarde soldado, trató de agazaparse detrás de la trinchera que formaba la espalda voluminosa del compadre sentado en el pupitre anterior.

-¿No ha venido hoy Juan Antonio?, preguntó de nuevo don Francisco alzando la vista en vuelo panorámico.

Al damnificado le vino a la mente el estupendo fin de semana: sábado de partido con el equipo del barrio, celebración del cuarto cumpleaños de su hermana Clara por la tarde y domingo de tonteo con las resabias Silvia y Paula a la salida de misa. Todo menos atender el libro de Anaya, abierto sobre el escritorio de su habitación por la página setenta y cinco, ilustrada por un grabado del matemático alemán: Clavius entró en la orden de los Jesuitas en 1555. Fue alumno en la Universidad de Coimbra y fue allí donde conoció al famoso matemático portugués Pedro Nunes. Después se trasladó a Italia y estudió Teología en el Colegio Romano Jesuita. En Roma permaneció el resto de su vida impartiendo clases de matemáticas excepto en los períodos que estuvo en Nápoles durante 1596 y la visita que hizo a España en 1597″.

-¡Sí está, profesor!, irrumpió en el tenso impass la voz pitufa de María Luisa.

Ante el flagrante soplo, las miradas de la concurrencia giraron hacia el desarmado, quien no tuvo más remedio que dar por finalizado el eclipse que formaba gracias a los hombros astrales de su vecino.

Avanzó hacia el patíbulo arrastrando las suelas como un ciempiés, situándose frente al profesor con las manos expertas en lanzar la peonza dentro de los bolsillos de su pantalón Levi’s. Un hilo de sudor frío le recorría su cara de aspirante a boxeador.

-Veamos caballero…, introdujo don Francisco antes de lanzar su pregunta: ¿Sabría decirnos qué importantes hechos ocurrieron entre el cuatro y el quince de octubre de 1582?

Juan Antonio recorrió con la mirada sus zapatillas New Balance, el deshilachado flequillo de la chivata y las ecuaciones de tiza esculpidas en la pizarra… Tuvo tiempo de contar, una por una, las catorce bolas de papel que se acumulaban en la papelera de canastilla. Quedó petrificado durante más de dos minutos igual que una foto finish. Ante la mirada togada del docente, trataba de disimular apretando los dientes y arrugando la frente. Como si tuviera la respuesta en la punta de lengua…, como si el octubre de 1582 hubiera sido antes de ayer…

-Nada…, balbuceó capitulando el indolente y entornando sus ojos de cordero degollado.

-Vuelva a su sitio, por favor…, susurró don Francisco mientras hacía una anotación en el folio. –Tema 5. Abran el libro por la página ochenta y siete, añadió para continuar la lección.

Después de una densa oratoria, el profesor tenía por costumbre, dos minutos antes de marchar, hacer públicas las notas de los examinados.

-López Verdú, María Luisa, un punto positivo.

-Pérez Domingo, Juan Antonio…, expuso en tono reflexivo, haciéndose un silencio suficiente para que el desgraciado deseara convertirse en abeja y esconder la cabeza entre los pistilos del almendro.

-¡Dos puntos positivos! Su respuesta no pudo ser más acertada. Hasta el miércoles. Pórtense bien, por favor.

Para corregir el desfase entre el calendario oficial y el calendario solar, Clavius propuso que el jueves cuatro de octubre de 1582 debería continuarse por el viernes quince de octubre del mismo año. De esta manera, se dio la singular circunstancia de que once días no existieran y de los que, por tanto, no puede contarse nada.

La idea no fue apoyada inicialmente y algunos matemáticos mostraron una gran oposición y contra el Papa Gregorio, alegando que este cambio de era una gran conspiración papal para robar once días al calendario. En Frankfurt hubo una rebelión y a Clavius le llamaron Viejo tonel alemán aludiendo a su corpulencia. En realidad, bajo la repulsa subyacía el rencor de los estados calvinistas alemanes hacia el católico y compatriota Clavius. Prueba de ello es que la Europa católica ajustó su calendario en 1582, Alemania en 1700, Inglaterra en 1752; y el último país en adaptarse al calendario Gregoriano fue Grecia en 1923.

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