Captura de pantalla 2018-10-04 a las 23.29.54

Atiendo la llamada de mi amigo Gonzalo. Antes de pronunciar su habitual seguimos triunfando me traslada la invitación a participar en un proyecto auspiciado por la Comisión Europea y bautizado con el sugerente nombre de Courage. Acepto el reto cuando me explica que tiene como fin trabajar en procesos de negociación entre empresarios y sindicatos de países del este de Europa.

-Tú dominas la materia perfectamente, añade para aquilatar mi decisión.

Recibo al cabo de unos días el billete electrónico con destino Skopje, capital de Macedonia. Más allá de la temática, me sobrevuela, como un halcón, la figura del legendario Alejandro Magno. Rápidamente busco una biografía que programo para leer antes de poner el pie en la ex república yugoslava.

Nacido en Pela en julio del año 356 a.C., el alumbramiento del héroe estuvo ya acompañado de buenos augurios. Su progenitor, Filipo II, encomendó a Aristóteles su esmerada educación, logrando en el año 338 a.C., en la batalla de Queronea, someter a toda la Grecia. El joven Alejandro dirigió el ala izquierda del ejército macedonio dando muestras de notable astucia y valor sin igual.

Dos años después, Filipo fue asesinado en Egas durante la celebración de la boda de su hija Cleopatra, iniciándose la era de Alejandro como rey de Macedonia. Después de ser confirmado como Hegemon de la Liga de Corinto, se dispuso a acometer la mayor de sus hazañas: la conquista del Imperio Persa.

A bordo ya del vuelo 1858 de Turkish Airlines degusto un café turco después del acartonado almuerzo. Miro por la ventanilla y puedo divisar, entre un frondoso algodón de nubes, el Helesponto. Mi piel se eriza al recordar que en el año 334 a.C. el macedonio cruzó este estrecho repartiendo estopa a los sátrapas en las orillas del Gránico, cerca de la mítica Troya.

A las puertas del invierno, Alejandro se enfrentó en Issos al propio rey persa Darío III, cuya desbandada provocó el pánico y la huida de sus soldados. Asia fue, como de una jauría de lobos se tratase, devorada por los ejércitos del Magno. En el año 326 se propuso conquistar India, aunque sus soldados, agotados ya como un boliviano buscando salida al mar, se negaron a cruzar el río Hífasis. Ello supuso el límite de su hazaña.

Convertido en rey supremo decidió volver a Macedonia. Durante la celebración de unos juegos en Ecbatana, sufrió el golpe más mortífero de su joven vida, sumiéndole en una profunda depresión. En otoño del año 324 a.C. su amigo Hefestión, a quien había nombrado visir, cayó gravemente enfermo y al poco murió. Alejandro, muy afectado, ordenó crucificar al médico que lo había atendido y mostró su pena como la Ilíada cuenta que hizo Aquiles tras a muerte de su amigo Patroclo.

Abrazó el cuerpo de su amado y se cortó el pelo en señal de duelo. Ni las crines de sus caballos sobrevivieron al luto. Y si Aquiles sacrificó a doce jóvenes troyanos a los pies de la tumba de Patroclo, el macedonio degolló a los adolescentes coseos en honor a su amigo.

Hefestión recibió honores divinos en un espectáculo sobrecogedor, acorde a la relación íntima que mantuvo con el rey. Al caer la tarde, miles de soldados permanecieron postrados ante el fallecido. Su esbelto cuerpo mantenía la dignidad de un correligionario fiel. En su rostro lívido se reflejaba el esplendor de la llena luna. Alejandro ordenó que poetisas macedonias recitaran versos en su honor antes de ser conducido a Babilonia, donde sería incinerado en una gran pira funeraria de siete pisos emulando al gran Etemenanki.

Termino la biografía antes de sobrevolar Estambul, escala necesaria para volar hacia Skopje. Mientras el avión expande el tren de aterrizaje imagino a Alejandro compungido y herido por el tridente de la desolación. Encorvado por el invisible peso de la pena y derramando lágrimas sobre su desnudo pecho de mármol. Y creo escuchar la dulce voz de una mujer, de nombre Nataša, amortiguando la congoja. Su voz era tan dulce que hasta los compungidos Dioses del Olimpo se asomaron al balcón de la lúgubre noche:

Eso fuimos nosotros
unidos desde lejos
extranjeros desde cerca
pies pegados
por las puertas de vidrio
mudos
perdidos
olvidados
encontrados nuevamente
felices porque nos hemos besado
solo por un momento
fugaz y brutal
derramado
leche de arroz en los jardines de ébano
guerreros fracasados
nos separamos
sin saber
si nos conocimos alguna vez (*)

Desayunando al día siguiente en el Hotel StoneBridge de Skopje junto a participantes del Courage, divisamos a través del ventanal una gran estatua ecuestre, sostenida sobre una especie de descomunal tíovivo. Uno de los sindicalistas rumanos, con un bigote rubio caído a ambos lados de su boca haciendo de ella un buzón, preguntó de quien era.

-Alejandro el Magno, aclara uno de los camareros mientras sirve un bol de frutas.

En ese instante, se abre el ascensor y una sofisticada mujer se hace presente en el comedor. Un vestido rosa chillón combinado con botas blancas le otorga un aire de Daisy, la presumida compañera de Donald Duck. Exhibiendo perenne sonrisa y no menos desparpajo pregunta si puede sentarse a la mesa. Deja el bolso en el brazo de la silla y se presenta como una de las intérpretes del encuentro.

-Muchas gracias, responde en español italianizado.

Después de un momento de amena conversación comparte con los asistentes su amor por los viajes y la pasión por el tango. Con orgullo insiste en que es escritora, contando con obras publicadas en lengua macedonia traducidas a otros idiomas. Sus negras pupilas traslucen una vida intensa y curtida en gestas y afrentas. Y su irrefrenable personalidad eslava deja al descubierto las cicatrices propias de una mujer lúcida pero ardiente como un brasero. A pesar de los aspavientos de adolescente que acompañan a su verbo, es patente que conduce el espolón de su vida con la tozudez de un caudillo micénico.

-¿Te gustaría que uno de tus poemas fuera publicado en un libro de relatos que pronto verá la luz?, le pregunto intuyendo la respuesta.

-¡Por supuesto!, sentencia abanicando sus pestañas de Disney.

-Por cierto, no sabemos todavía cómo te llamas, pregunta mi compañero Juanma arrancando risas al compás de unos deliciosos pastelitos de miel.

-¡Ah, perdón! Me llamo Nataša, exhala con su mirada de Nereida.

Nataša Sardžoska, (1979 Skopje, Macedonia), es una poetisa, autora y traductora. Doctorada en Filosofía y Antropología por la Eberhard Karls University de Tübingen, la Sorbonne Nouvelle en Paris y la Universidad de Bergamo en Italia. Sardžoska explora el interior de la separación, el reconocimiento, la aceptación y la libertad. En su poesía pone al desnudo el dolor interno, al mismo tiempo que revela frescura espiritual. En sus lecturas con frecuencia encapsula la existencia humana en la estructura dramática de una obra de cámara. Ha sido nominada dos veces para el Miladinov Brothers Award de Macedonia del Festival Struga Poetry Evenings. Traduce del portugués, el francés y el italiano, y también ha publicado críticas en revistas internacionales. Recibió una distinción del Ministerio de Relaciones Exteriores – Dirección de Promoción Cultural por su traducción de Pinocho de Collodi.  

Nos muestra su blog y entre sus poemas sobresale por su belleza el titulado “Geisha”: 

Esos fuimos nosotros, 

unidos desde lejos… (*)

 

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s