La tez morena de las hordas envalentonadas sobresalía en la planicie cuadriforme. Competían con una fiereza descomunal, como si llevaran las vísceras en la boca.

-¡Ni uno vivo!, se escuchó a modo de algarada tras horas de eléctrico desmayo.

La caballería apenas ya levantaba las pezuñas bañadas en sangre de un suelo que parecía hielo. Galopar de ida y trotar de vuelta era una estrategia suicida.

Los artilleros exhalaban un esforzado aliento y muchos eran arrancados de la contienda como se poda un rosal. Encaramados a las ennegrecidas almenas, los centinelas contaban con una perspectiva que permitía enderezar la estrategia.

Cada cierto tiempo, las espadas se tomaban un respiro y se hacía un silencio cortante. La suerte iba y venía como una hilera de hormigas. Sin explicaciones o por una tonelada de ellas, a un lance que permitía sacar pecho le seguía un completo desvanecimiento.

-¡Retirada, por vuestra madre!, se escuchó con estrépito entre las líneas enemigas nada más morder el polvo del flanco izquierdo. Una pareja de desaprensivos se echaron al monte sin ninguna cobertura. Sus cabezas aparecieron seccionadas al borde del camino.

En venganza, un alférez, con ojos de no haber dormido en cuatro días y cargado con artritis en las piernas, fue capaz de desdoblarse y tomar por la solapa a su homólogo. Le conminó a rendirse.

-¿Nada que decir, carapiña?

Tras invadirle los intestinos con un cuchillo, lo sacó del juego a barrigazos. Guarecer al rey y al mismo tiempo tener la sangre fría de ofrecer una buena estocada no es tarea sencilla.

La suerte estaba echada. Los ojos mongoloides del estratega brillaban como dos zafiros incrustados en su rostro ovalado. El pelo lacio le cruzaba la frente como lamido por uno de los perros callejeros que se protegían de la nieve de Moscú. Su pulso era firme. Despachaba cada movimiento con la precisión de un comandante. No estaba dispuesto a ceder ni un milímetro en la defensa del trono.

Anatoli Karpov era un viejo tiburón del ajedrez. Aunque conocía que el joven aspirante venía pisando fuerte. Tras cada turno, acostumbraba a levantar la barbilla clavando sus pupilas en su oponente. Sus secuaces acabaron por achicharrar al enemigo.

-Estás muerto, parecía susurrar a cada jugada decisiva.

El primer encuentro contra Gary Kasparov por el título mundial comenzó el diez de septiembre de 1984 en la capital rusa. Tras nueve partidas, Karpov ganaba cuatro a cero, aunque para sumar otro punto debió esperar hasta la partida veintisiete. El marcador marcaba un rotundo cinco a cero y la suerte parecía sonreirle.

Todos dieron por terminada la disputa con el aspirante aletargado. Tenía las bolsas de los ojos como alforjas. Sus peones, pálidos cual marfil, parecían agarrotados. Tirando la toalla.

La noche previa al comienzo de la siguiente partida, Kasparov modificó sus hábitos. Cenó antes de lo habitual. Un yogurt y un plátano. Deambuló por el corredor del hotel y trató de eliminar la presión desviando sus pensamientos fuera del tablero. A Kasparov le agradaba la Historia. Principalmente la española. Y descansó su estrategia en el movimiento de una poderosa reina.

El rey Enrique IV de Castilla quiso comprometer a su hermanastra Isabel con el príncipe de Viana. El matrimonio no llegó a consolidarse debido a la férrea oposición de Juan II de Aragón. También fueron infructuosos los intentos de desposarla con el rey Alfonso V de Portugal, primo segundo de Isabel y casi veinte años mayor que ella. En 1464, el rey logró reunirlos en el Monasterio de Guadalupe, pero ella lo rechazó en rotundo.

-Querida niña, de nuevo habéis salvado vuestro porvenir, sentenció la dama de alcoba mientras peinaba sus cabellos claros.

Al poco tiempo, cuando contaba dieciséis años, Isabel fue comprometida con Pedro Girón, maestre de Calatrava. El caballero murió por causas desconocidas mientras realizaba el trayecto para encontrarse con su prometida.

-La fortuna, una vez más, se alió con vos, mi amada doncella.

En septiembre de 1468, Isabel fue proclamada princesa de Asturias gracias a la concordia de los Toros de Guisando. Enrique IV convino de nuevo su enlace, esta vez con el rey de Portugal, Alfonso V. La futura reina se negó salvándose por cuarta vez de puro milagro. Incansable, el rey trató desposarla de nuevo con el duque de Guyena, hermano de Luis XI de Francia. Tampoco fue posible.

-Estáis tentando la suerte, mi señora. Vuestro hermano no cesará hasta veros casada a su completa conveniencia.

-¿Así lo creéis?

-Debéis reaccionar. O cogéis las riendas de vuestro futuro o acabareis en manos de algún papanatas.

-Es posible…

-Imaginad que estáis acorralada en un tablero de ajedrez. Los cinco intentos de matrimonio de vuestro hermanastro son jugadas que os sitúan en jaque. Al borde de perder la batalla. ¡O movéis las piezas que os quedan con inteligencia o estáis muerta!

La futura reina recuperó la iniciativa. Juan II de Aragón negoció en secreto la boda con su hijo Fernando. Era el mejor candidato. Atravesó Castilla en secreto, disfrazado de mozo de mula. El diecinueve de octubre de 1469 contrajeron matrimonio en el Palacio de los Vivero de Valladolid. El matrimonio provocó la ira a de su hermanastro. La jugada fue maestra por parte de la futura reina, lo que supuso un punto de inflexión en su vida. El rey dobló la rodilla.

Con energías renovadas, dio comienzo una larga serie de tablas que exasperaron a Karpov. Cuando tenía clara ventaja en la partida treinta y una, hizo un movimiento pasivo que permitió a Kasparov un fuerte contrajuego otorgando protagonismo a la dama. Logró empatar la partida. Si Karpov la hubiese ganado, el encuentro habría terminado seis a cero y la historia del ajedrez hubiese sido otra.

Karpov se derrumbó psicológicamente y Kasparov anotó su primera victoria en la partida treinta y dos. Siguieron catorce tablas consecutivas. Había comenzado el año 1985 y aquello no tenía visos de finalizar. Los corresponsales tenían que volver a sus países. Karpov estaba cada día más cansado, pero a un sólo punto de la victoria, mientras Kasparov se mantenía mucho más agresivo, logrando anotar su segundo punto en la partida cuarenta y siete. Karpov pidió uno de los descansos que le correspondían, pero perdió la partida cuarenta y ocho. El marcador marcaba un apretado cinco a tres.

Ambos estaban jugando un ajedrez brillante. Sin embargo, tras seis meses y cuarenta y ocho partidas, el nueve de febrero de 1985 quedó suspendida. Alegando cansancio por parte de los jugadores, el presidente de la Federación Mundial de Ajedrez, Florencio Campomanes, dio por terminada la partida. Kasparov había sobrevivido, siendo la antesala de una fulgurante carrera en la que destronaría al hundido Karpov.

En 1475, los poetas de la edad de oro de las letras valencianas Francisco de Castellví y Vic, Bernardo Fenollar y Narciso de Vinyoles, compusieron juntos varias obras. En sus versos, las divinidades Venus y Marte se enfrentron en una partida de ajedrez bajo el arbitraje de Mercurio. En la tercera jugada, la dama de la diosa del amor comió un peón de la deidad de la guerra avanzando cuatro casillas. Era la primera vez en la historia que se describía este movimiento.

En el ajedrez medieval, introducido en la península gracias a la cultura musulmana, la figura de la reina era una simple acompañante del rey, pudiendo simplemente mover una casilla en diagonal. Las partidas eran lentas y tediosas. En lugar de jaque mate, solían acabar con rey robado, que implicaba acabar con todas las piezas del rival menos con el monarca. La aparición de la dama cambió completamente el juego, agilizando la partida y haciendo que el rey corriera peligro desde los primeros lances.

En 1474, un año antes de que los tres poetas escribieran su obra, Isabel la Católica fue coronada reina. Gran aficionada al juego, fue la segunda reina castellana por derecho propio y una mujer muy poderosa en un mundo de hombres. Participó activamente en la Reconquista, recorriendo Castilla de un lado a otro. Se apropió de la capacidad de impartir justicia, hasta entonces prerrogativa exclusivamente masculina. Por todo esto se considera que Isabel la Católica es la dama de marfil que, ampliando sus movimientos en el tablero, se convierte en figura decisiva. Isabel contribuyó a la expansión del ajedrez. Cuando en 1492 ordena la expulsión de los judíos, estos, grandes aficionados, lo difundieron por toda Europa. Durante el reino de Felipe II, se celebró en Madrid el primer torneo internacional entre italianos y españoles.

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